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a cargo de Klaus Todo apasionado de los mangas conocerá la importancia de Ribon no kishi, obra de Tezuka de 1953, conocida en Italia como La principessa Zaffiro: Ribon no kishi (NdTr.: en Latinoamérica, conocida como La Princesa caballero) es de hecho la primerísima story manga para muchachas, es el manga que abre la tradición del shoujo, presentando ya algunas de aquéllas soluciones gráficas – entre ellas los mismos motivos floreales y los iris brillantes – que volveremos a ver en las grandes autoras de la época de oro de los años ’70. Nuestra Ikeda ciertamente no es inmune a la influencia del dios de los mangas: el trazo de sus primeras producciones está clara, y declaradamente, inspirado en el de Tezuka, con cuya producción Ikeda estuvo en contacto durante sus años universitarios. Confrontando más directamente Ribon no kishi con la producción ikediana, podemos notar inmediatamente cómo el lazo escogido entre Tezuka e Ikeda, “prima maniera” sobretodo, no se queda sólo en el estilo gráfico: sino que, otro tanto, en algunas de las soluciones temáticas más características de Ikeda, que encontraremos también en su producción sucesiva; la ambigüedad sexual, la oscilación interior entre los dos polos masculino y femenino, la figura del andrógino. De personajes andróginos está plena la obra ikediana: desde Rei Asaka de Oniisama e… hasta Claudine de la hermosa obra homónima, y, naturalmente, Oscar. También Zafiro es tanto “mujer” como “hombre”, pero porque posee justamente dos corazones, uno masculino y uno femenino, materialmente representados como objetos, que pueden extraerse de la protagonista y ser tragados por otros personajes. Es pues evidente, en Ribon no kishi, el elemento fantástico: La co-presencia en Zafiro de las naturalezas femenina y masculina es un exquisito expediente narrativo que pone en marcha intrigas cortesanas, intervenciones de ángeles y hechiceras, equívocos amorosos. El aspecto psicológico, tan recurrido por Ikeda al delinear a sus ambiguas protagonistas, pasa a segundo plano: al centro hay una dimensión novelesca y sobretodo teatral; ésta última derivada del interés de Tezuka por el teatro Takarazuka, en el que las mujeres actúan también los roles masculinos. Y así Zafiro: heredera del reino de Goldland, se encuentra interpretando la parte de un príncipe, y sólo cuando cae el telón su “corazón de mujer” puede retomar ventaja. La analogía con Oscar, sometida desde su nacimiento a una educación masculina, es obligada, y ciertamente habrá inspirado a su autora; pero los respectivos desarrollos de los dos personajes siguen caminos más que diferentes, debidos obviamente a diversos intentos de las dos bien narradas obras. En Zafiro las dos almas siguen siendo distintas y diferentes, como los dos corazones y los dos lenguajes: el conflicto es el derivado de la necesidad de actuar alternativamente las dos partes, y se presenta bajo la forma, teatral, de comedia, del travestismo. En cambio, Óscar y Claudine son en ambos casos, iguales y contrarias, de las que tienden desesperadamente hacia uno de los dos polos, pero es dolorosamente obstaculizado por la presencia molesta del otro: “otro” que es su semblanza femenina para Claudine, “corazón de hombre”; el rol de guardia real para Óscar, “corazón de mujer”. Y si para Ribon no kishi hay un final feliz, tomando en cuenta los eternos y siempre bellos esquemas de los cuentos, en Ikeda, como muchas veces, muchas veces sucede, sólo la muerte puede redimir una condición existencial absorbente sin ruta de escape. El pasaje de Zafiro a Oscar es pues el de la alternancia entre universos masculinos y femeninos en una ambientación de cuentos de hadas y teatral, muchas veces cómica y de aventuras, en vez de un conflicto, fuertemente interiorizado, en el que la ambigüedad se hace trágica. A quien haya leído sea Ribon no kishi sea Versailles no bara ciertamente no se le habrá escapado la afinidad de situaciones en la representación de la fiesta de disfraces que envuelve a las dos protagonistas: En la de Zafiro quien, por primera vez, luce en público una vestimenta femenina -pero sin hacerse conocer, y que aquí encuentra por primera vez a su gran amor-, no se puede dejar de ver en aquella a la espléndida Óscar, finalmente mujer, no sólo en el corazón sino también en los gestos y en el aspecto, que escondidamente delata todo su amor por Fersen. Y, no es casual que se trate, para ambas obras, de alguna de las páginas absolutamente más hermosas. Ikeda ciertamente se ha inspirado en Zafiro, que en aquellas páginas hace explotar todo su “corazón de mujer”, para representar una de entre todas las más inolvidables de las Rosas de Versalles.
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